“Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo.” Juan 5:5-7
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“Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado.” Juan 5:8, 9
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NO TENGO A NADIE
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Cerca del estanque de Betesda, en Jerusalén, un gran número de enfermos estaba esperando ser sanado. ¡Uno de ellos estaba allí desde hacía 38 años! Jesús conocía la tristeza y la miseria de ese hombre, y le preguntó si quería ser sanado. ¡Esta pregunta nos sorprende! Hacía años que ese hombre anhelaba ser curado. Su respuesta muestra todo su sufrimiento: “Señor... no tengo quien me meta en el estanque...”. Estaba solo... No tenía nadie que le ayudase a franquear el obstáculo producido por su discapacidad. No tenía esperanza, pensaba que nunca lo lograría: siempre llegaba demasiado tarde por falta de ayuda. Pero Jesús respondió a esta verdadera necesidad: “Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo” (Juan 5:8-9).
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Muchos de nosotros soportamos largos sufrimientos; una enfermedad, un divorcio, un duelo o la vejez nos hacen sentir la soledad. “Señor... no tengo quien...”.
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Como en otro tiempo, Jesús está cerca, presto a escuchar nuestro clamor de angustia y a responder a nuestras verdaderas necesidades.
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“Invoqué en mi angustia al Señor, y él me oyó” (Jonás 2:2).
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“Ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon... Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas” (2 Timoteo 4:16-17).
Lectura: 1 Crónicas 10 - Lucas 11:29-54 - Salmo 89:15-18 - Prover. 20:12-13.